jueves, junio 29, 2006

El espiritu de Ermua y el Estado de Derecho

viernes 30 de junio de 2006
El espíritu de Ermua y el Estado de Derecho
José Meléndez
E L abominable asesinato del joven concejal del PP Miguel Ángel Blanco, que conmocionó a toda España, produjo una formidable reacción popular que se ha conocido desde entonces como “el espíritu de Ermua” y que es, ni más ni menos, que la rebelión de una sociedad civilizada ante la increíble barbarie de los que pretender imponer su fanatismo por medio del terror, que es un método tan reprobable como inútil en un Estado de Derecho que sepa velar por las vidas, la libertad y los derechos civiles y humanos de la ciudadanía. El espíritu de Ermua recorrió España como un sobrecogedor canto a la libertad y de repudia de los asesinos y sus ecos fueron tan fuertes que hasta hicieron mella en los dirigentes del Partido Nacionalista Vasco, patroneado por entonces por Javier Arzallus, el acuñador de la deleznable frase de “alguien tiene que agitar el árbol para que podamos recoger las nueces”. La última nuez, caída del árbol, le resultó demasiado amarga a los que llevaban –y llevan- tiempo dedicados al juego de condenar la violencia de ETA mientras se beneficiaban de ella porque su objetivo final es prácticamente el mismo aunque recorran distintos caminos para llegar a él. El espíritu de Ermua propició las dos armas políticas más poderosas que hasta ahora se han esgrimido en la lucha contra ETA: el Pacto Antiterrorista que unía a los dos grandes partidos españoles en los esfuerzos para acabar con la lacra terrorista y la Ley de Partidos Políticos que dejó a Batasuna en la ilegalidad, limpiando así la escena política de los acólitos de ETA, que eran –y son- la voz de la banda asesina para legitimar el terrorismo, amparándose en una democracia que pretenden destruir. Este espíritu y la esforzada acción de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y de los jueces, arrinconaron a ETA, llevándola a una depauperación que la puso al borde de la derrota. Pero han pasado diez años desde que la gente se echó a la calle en masa con las manos blancas de cal en alto para detener la ignominia y han cambiado las cosas. Sobre todo, ha cambiado el gobierno, embarcado ahora en un pretendido nuevo orden que no se sabe bien si obedece a una línea ideológica o, sencillamente, al afán de mantenerse en el poder. Decía el inglés Benjamín Disraeli que los experimentos en política terminan en revoluciones y cuando los titulares de los poderes públicos se sitúan al margen del derecho pasan a ser simplemente poderes fácticos, apoyados en ficticias mayorías parlamentarias que no actúan de acuerdo con el sentir del electorado que representan. Y, según la secuencia de lo que sucede en los últimos meses en el panorama político español, así es como está actuando el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Eso es lo que está ocurriendo con el llamado “proceso de paz”. Y habrá que repetir una vez más que ese calificativo es una falacia porque para que se pacte una paz tiene que haber habido previamente una guerra y lo que viene ocurriendo desde hace cuarenta años en el País Vasco no es una guerra, sino la acción criminal de un grupo de asesinos que quieren imponer sus ideas por medio del terror. Una vez más, la semántica –tan bien manejada por los regímenes de izquierdas y los totalitarios- le gana la partida a la razón. Un afán común de ETA, de su brazo político Batasuna y de los nacionalistas radicales vascos es conseguir la internacionalización de lo que ellos llaman “conflicto” y la búsqueda de ejemplos allende nuestras fronteras que les vengan bien a sus pretensiones. El más usado de todos es el del Ulster. Pero no tiene nada que ver uno con el otro, porque el problema de Irlanda del Norte viene de siglos y ha sido y lo es todavía, una lucha encarnizada entre la mayoría protestante norirlandesa y la minoría católica. Parece olvidarse adrede que Gran Bretaña intervino política y militarmente a principios de los años setenta precisamente para atajar esa lucha, suspendiendo el gobierno y el Parlamento autonómico de Stormont y enviando al ejército, tras suprimir la temible policía protestante del Royal Ulster Constabulary que actuaba sin piedad contra los católicos. Que el IRA se volviera contra los soldados británicos fue solo la consecuencia del sueño nostálgico de lo que el IRA de Eamon de Valera había logrado en 1.921 en el sur de Irlanda. Y el problema está todavía sin resolver, ahora por la terquedad de los políticos protestantes y católicos, porque el IRA ha entregado sus armas, al menos aparentemente, y ha renunciado a la violencia. Gerry Adams y Arnaldo Otegui no tienen en común nada mas que el haber estado en la cárcel por terroristas. Y la gran diferencia es que el Sinn Fein tiene influencia sobre el IRA y Batasuna está supeditada a los mandatos de ETA. Cuando escribo este artículo, todavía no había hecho Rodríguez Zapatero su anunciada notificación del comienzo oficial de las conversaciones con ETA, prometida para finales de este mes de junio. No importa. Acabará haciéndola. Pero ¿qué es lo que va a negociar?. En toda negociación, sea política, mercantil o privada, las partes se sientan a la mesa con una agenda y cada uno sabe las pretensiones del otro. En esta negociación, en la que está en juego la dignidad y la moral de España, las únicas pretensiones bien definidas y anunciadas públicamente son las de ETA. El último comunicado de la banda las deja bien claras y exige al gobierno de la nación que cumpla con sus compromisos de la tregua.. Son unas condiciones inaceptables para un Estado de Derecho. Pero los indicios que tenemos son que ese Estado presenta grietas alarmantes. Ante las reiteradas afirmaciones del presidente del gobierno, de su vicepresidenta y de sus corifeos de que no se pagará un precio político por la paz, tenemos la incalificable actuación del Fiscal General del Estado, aleccionando a los fiscales para que “tengan en cuenta la nueva situación” lo que significa una invitación a la prevaricación por quiebra de la ley –que varios fiscales han seguido ya al pie de la letra-, la asfixiante campaña contra el juez Fernando Grande-Marlaska, la benevolencia con los chulescos desplantes de Otegui (que está en libertad porque el fiscal no pidió medidas cautelares contra él en su última comparecencia ante el juez) y los suyos y con las declaraciones y hechos de políticos como Ibarreche e Imaz, contraviniendo las sentencias judiciales y el empecinamiento de Patxi López –el hombre de Zapatero en el País Vasco- para entrevistarse con Batasuna. Para hinchar más esta ceremonia de la confusión, Zapatero no deja de invitar al Partido Popular a unirse a “los esfuerzos para lograr la paz” y su insultador oficial Pepiño Blanco llegó a decir hace unos días que el PP debía hacerlo aunque solo fuera por egoismo, porque tenía en su poder una fantasmagórica encuesta según la cual el 65 por ciento de la opinión pública está a favor de la paz. La jugada es tan pueril como sectaria, porque lo que pretende el gobierno es que, si la negociación le sale mal –que le saldrá- le queda el recurso de echarle la culpa al PP por no haber ayudado. Pero el espíritu de Ermua no está muerto. Ese es el sentir de la calle, por mucho que quieran desvirtuarlo, que se puso de relieve hace diez años y ha vuelto a repetirse en sucesivas manifestaciones multitudinarias. Claro que la gente quiere vivir en paz, sin la incertidumbre de si alguna vez se encuentra uno en medio de la explosión de una bomba, sin asesinatos y sin escoltas. Pero vivir en paz es también vivir con dignidad y con seguridad en el futuro, porque no se puede ceder ni un centímetro ante los fanáticos y los radicales. ¿Alguien que haya visto en televisión la incalificable chulería, frialdad y obcecación de los asesinos de Miguel Angel Blanco y sus conmilitones pegando coces a las cristaleras de la Audiencia, puede creer en la reinserción de esos energúmenos? Esa es ETA y esos son sus pistoleros. Y con ellos va a negociar Rodríguez Zapatero.

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