jueves, marzo 30, 2006

Carta abierta de Woody Allen a Platon

viernes 31 de marzo de 2006
FILOSOFÍA Y LIBERTAD
Carta abierta de Woody Allen a Platón
Por Gorka Echevarría Zubeldia
Desde que El mundo de Sofía se convirtió en un sorprendente best seller, la filosofía ha comenzado a ser un territorio al que cada vez más gente se acerca en búsqueda de respuestas. Esta moda ha llegado a tal punto que, con Más Platón y menos Prozac, el norteamericano Marinoff planteó la terapia filosófica en lugar del psicoanálisis y se alzó a los primeros puestos de superventas.
Sin llegar tan lejos, Juan Antonio Rivera se plantea, tras su exitoso Lo que Sócrates diría a Woody Allen (premio Espasa de Ensayo 2003) y su brillante Más libertad y menos utopía, relacionar cine y filosofía. La mezcla se disfruta no sólo por la idoneidad de los largometrajes elegidos (Antz, Granujas de medio pelo, La leyenda de la ciudad sin nombre o El millonario, entre otras), sino por cómo consigue explicar el funcionamiento del orden social.

Ya en la "carta" del director de Todos dicen I love you con que abre el libro demuestra que Platón ha sido uno de los más terribles pensadores de todos los tiempos, por cuanto ha sentado las bases de la tiranía. Así, le espeta al maestro de Aristóteles:

"Lo malo de los iluminados es que quieren hacer comulgar con sus delirios a los otros y a veces esos otros son multitudes (...) Tú hablabas de limpiar la sociedad recibida de sus malos hábitos e instituciones para pintar luego sobre ella el nuevo orden social y Mao (…) decía en su empachoso estilo poético: Una hoja de papel en blanco no tiene borrones de modo que (...) en ella se pueden dibujar las imágenes más hermosas".

Esta influencia ha sido tal que, como apunta el autor, todos los reaccionarios, tanto a derecha como a izquierda, han pensado en que se puede hacer tabla rasa y crear el Hombre Nuevo. La sociedad, para ellos, era algo así como el Quimicefa de nuestra infancia, un divertido juego en el que plasmar nuestra creatividad, aunque las pócimas que preparábamos no sirvieran para nada.

La historia les ha quitado la razón y nos ha puesto en jaque contra tanta ingeniería social. Pero sin filosofía no entenderemos qué es lo que motivó a quienes llenaron de sangre el siglo XX.

Contrariamente al estilo platónico de recomendar la sumisión total a los intelectuales, a quienes se les entrega el destino de la humanidad, Rivera advierte de que la civilización nunca puede ser obra de una sola persona, sino la acumulación de acciones de millones de individuos.

Todo intento por dirigir la sociedad se enfrenta a un estrepitoso fracaso porque, como señala el autor, citando al gran liberal italiano Bruno Leoni, "las autoridades nunca pueden saber con certeza que lo que están haciendo es de verdad lo que la gente quiere que hagan".

Aun así, Rivera considera que debe existir algo de Estado, principalmente para paliar los casos en que la acción involuntaria del hombre da lugar a resultados indeseables, como por ejemplo los derivados de la contaminación. Su explicación parece francamente razonable:

"En la medida en que aprendamos a comprender las fuerzas espontáneas, podemos abrigar esperanzas de usarlas y modificar sus operaciones a través de los ajustes apropiados en las instituciones que forman parte de un más amplio proceso".

Sin embargo, es en este campo donde deja al lector sediento de más detalle, porque los problemas ecológicos son resultado directo de la existencia de bienes comunes: al no ser éstos de nadie en concreto, no se cuidan con la diligencia con que un propietario trata lo que es suyo.

Salvando este pequeño escollo y los que derivan de justificar el Estado del Bienestar, como hizo en su anterior obra, el libro no deja de asombrar. Especialmente, por cómo elogia la división del trabajo de la mano de El vuelo del fénix. Esta película trata de unos supervivientes del aterrizaje forzoso de un avión que tienen que ponerse de acuerdo y sacar partido a sus cualidades, así como a la escasez de medios, para poder reconstruirlo y escapar a la muerte.

Al analizar este asunto vital, Rivera demuestra un excelente conocimiento de autores como Adam Smith o Milton Friedman, llegando en ocasiones a condensar con mayor claridad algunas de sus ideas, como ésta: "Para que el funcionamiento [de la sociedad] sea armónica no es preciso que exista ninguna coincidencia en torno a los fines y a las preferencias de las personas".

Decía Akira Kurosawa que las películas "no son planas. Son esferas multifacéticas". Como los individuos. Por eso Rivera, inspirándose en el cine, consigue escenificar el drama de la realidad con un realismo francamente sorprendente. Así que cuando llega el "the end" y el libro cierra con una recomendación genial: "Líbrese de Platón y de cuantos han hecho y hacen de la política una variante del arte de la ventriloquia y corra sobre sus propias piernas", sólo queda aplaudir.

Juan Antonio Rivera: Carta abierta de Woody Allen a Platón. Espasa Calpe, 2005; 293 páginas.

Gentileza de LD

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